Zacharie y yo ya tenemos historia, podemos mirar hacia el pasado y contar los días que hemos estado juntos, sumar penas y alegrías; así se va haciendo el amor, sin apuro, día a día. Lo quiero como siempre, pero me siento más cómoda con él que antes. Cuando era hermoso, todos lo admiraban, en especial las mujeres, que se le ofrecían con descaro, y yo luchaba contra el temor de que la vanidad y las tentaciones lo alejaran de mí, aunque él nunca me dio motivos de celos. Ahora hay que conocerlo por dentro, como lo conozco yo, para saber lo que vale. No me acuerdo cómo era; me gusta su extraño rostro quebrado, el parche en el ojo muerto, sus cicatrices. Hemos aprendido a no discutir por pequeñeces, sólo por lo importante, que no es poco. No le gusta que yo ande descalza por la calle, porque ya no soy esclava, que acompañe al Pére Antoine a socorrer pecadores en El Pantano, porque es peligroso, ni que asista a las bambousses de la plaza del Congo, que son muy ordinarias. Nada de eso se lo cuento y él no me pregunta. Ayer mismo estuve bailando en la plaza con los tambores mágicos de Sanité Dédé. Bailar y bailar. De vez en cuando viene Erzuli, loa madre, loa del amor, y monta a Zarité. Entonces nos vamos juntas galopando a visitar a mis muertos en la isla bajo el mar. Así es.
Final de "La Isla Bajo el Mar" de Isabel Allende
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