viernes, 27 de julio de 2012

Priscila


Convirtió una silla en escenario y la vi bailar sintiéndose hermosa por primera vez. Se movía con gracia y sin vergüenza al ritmo de la música popular, al ritmo de su propio canto, mientras repetía palabras de las que seguramente, no conocía el significado. Giraba, giraba, giraba y  marcaba los pasos de cada canción. Sonreía y brillaba. Eramos muchos los que admirábamos la actitud de artista con  la que se enfrentaba a ese público de juego que la aplaudía y la trataba de imitar. "Ahora tenes que hacer así", me dijo mientras levantaba los brazos. En su cabeza debía ser bailarina, en sus sueños quizás también, pero no se lo pregunté. 
Priscila ya vivió siete veranos, siete otoños, siete inviernos y quizás siete primaveras. Está en la etapa más linda de la vida, entre golosinas, juegos, amigos y cosquillas pero hubo días en estos siete años que no supo como caminar. 
A veces tiene miedo, miedo a la oscuridad, a perder o a seguir perdiendo y eso no la deja sonreír. No llora, pero en sus ojos verdes, enormes y hermosos se le ve la tristeza y las ganas de amar. La vida la golpeó y aunque es chiquita sabe a la perfección que significa cada dolor.
Tuve suerte, la conocí sonriendo y la conocí triste, la conocí en profundidad.
Priscila y yo nos parecemos a veces, aunque nos separen 13 años. Ella extraña a su abuelo, a su hermano y a su primita; yo también extraño al viejo y a Gabi.
Cuando le conté que entendía su dolor me escuchó, me preguntó con inocencia, con voz bajita casi susurrando como para no lastimarme con los recuerdos y me abrazo. Puso su cabeza abajo de mi brazo y se quedo ahí un largo rato, descansando. Creo que las dos estábamos aliviadas. Le contè que los grandes también tenemos miedo y se sintió acompañada, sonrió y como yo no, me hizo cosquillas para que lo hiciera.
Le prometí que iba a ser feliz, que tenia que pensar en lo lindo de la vida. Le dije que era hermosa y me dijo que no lo sabia. Somos tan parecidas. 
Me tuve que ir, pero antes, me abrazo muy fuerte y me dijo que no quería que me fuera, que ella se quería quedar ahí, conmigo.
Priscila es una de las tantas historias que conocí, quizás me llego más hondo por su amor al baile, por su dolor, por su inseguridad, quizás porque me reconocí en ella. Me dio fuerza, me hizo respirar y tener ganas de avanzar. "Prichu" me lleno un huequito que tenía vacío hace mucho tiempo y no lograba llenar.