Ser felíz me da verguenza y otros cuentos.
Días de radio, de trompadas y de amor.
(...) Ahora recuerdo a un oyente que en el aire me dijo que prefería estar en pareja a estar solo porque al estar en pareja podía también estar solo, pero al estar solo no podía estar en pareja.
(...) Lorena opinaba siempre. Era volver a casa y comentar qué había pasado en la radio. Era escucharla opinar sobre el programa, sobre mi vida y después era cenar o mirar televisión o una película. Era hacernos mimos antes de dormir para no preocuparnos por no hacernos mimos antes de dormir. Era preguntarnos a la mañana qué íbamos a hacer durante el día. Era conversar al mediodía para saber cómo había sido nuestra mañana y cómo sería lo que venía. Era otra vez, a la noche, hablar de cómo había sido la radio, su trabajo, y qué sería de nuestras vidas mañana. Era preguntarle qué te pasa cuando tenía mala cara y que ella no conteste qué le pasaba. Era escucharla decir qué le pasaba y escuchar los reproches porque yo no le había preguntado suficientes veces y con suficiente interés qué le pasaba. Era pasarla a buscar por la casa de una amiga y que nunca estuviera abajo y tener que esperarla con el auto en doble fila hasta que bajara ante los bocinazos de autos y colectivos que aturdían. Era que cambiara el CD del auto sin consultarme. Era que bajara el volumen del estéreo del auto para comentarme un tema sin importancia. Era escucharla cantar arriba de una canción que pasaban por la radio. Era frenar de golpe porque de repente gritaba por un camión que venía a treinta metros. Era esperarla con su cartera en mis manos mientras se probaba ropa que jamás iba a comprar. Era armarme de paciencia ante su queja porque la ropa no encajaba en su cuerpo. Era escuchar su culpa por haber gastado plata en ropa cuando finalmente la compraba. Era tener que decirle en un restaurante qué iba a pedir para comer antes a ella que al mozo. Era tener que compartir el plato con ella si es que quería lo mismo que yo. Era diseñadora gráfica. Era soportar su pesar cuando tenía un mal día. Era entender su euforia cuando estaba pasada de trabajo. Era festejar su alegría cuando volvía felíz del estudio. Era hablar obligado de la infancia, de los abuelos muertos, de los recuerdos que uno creía olvidados. Era planear vacaciones y fines de semana juntos. Era planear fines de semana cortos juntos. Era planear el sábado durante toda la semana. Era ir al supermercado y hacer la compra para todo el mes. Era convivir con la decoración que ella había elegído. Era tolerar su indiferencia cuando yo proponía un mueble, un adorno. Era quejarme con el portero, el plomero y el gasista por pedido de ella. Era escuchar sus reclamos por no celarla cuando me hablaba de un hombre o cuando alguien se daba vuelta en la calle para mirarla. Era planear casamiento, hijos, vejez. Era elegir nombres de nenes y de nenas. Era elegirle colegio, ropa y profesiones aunque no hubiesen nacido. Era suspender amistados por incompatibilidad con ella. Era someterme a un cuestionario sobre sus amigas y estar obligado a responder cuál era la más linda, la más sexy, la más inteligente. Era someterme a sus celos por decir que una de sus amigas era sexy (...). Era escuchar que me hablara de sus ex novios. Era tener que hablar de mis ex novias y confesarle cuánto las quise. Era descubrir que tenía que hablar mal de ellas. Era entender que ella quería sacar fotos. Era entender que a ella le gustaba ver fotos. Era que sonara mi teléfono y tener que compartir con ella quién me llamaba, por qué motivo y qué había hablado. Era ir de la mano o abrazados por la calle. Era obligado a opinar sobre la ropa que usaba o compraba. Era someterme a sus pedidos con respecto a mi ropa. Era ir al cumpleaños del marido de la amiga porque éramos pareja y las parejas iban a los cumpleaños. Era que ella supiera siempre dónde estaba. Era Lorena. (...) Era simpática, inquieta. Solíamos reirnos por las mismas cosas, tal vez por eso había empezado el amor. Ahora era mi novia, mi pareja, mi mujer. Era la persona con la que compartía la vida y muchas de las cosas que pasaban en la vida. (...)
No sé por qué Lorena me había buscado. Pero me quería. Y era linda la manera en la que me quería. Y yo la quería a ella.(...)
Lorena era diseñadora gráfica. Era muy buena. Era talentosa, inquieta, inseguro. Era otra vez compartir la rutina del auto, de hablar los dos a la vez, de escuchar canciones y cantarlas de cualquier manera. Era, ahora, escucharla en un tono moderado, comprensible (...).
Lorena me hace sentir identificada a veces, y a veces lo identifico a él.
Lorena no es perfecta, comete errores, locuras. Lorena lo ama y sabe pedir perdón si es necesario. Lorena es una persona como otras, como yo, como él. Lorena coincide en mis manías, en mis inseguridades y celos. Lorena puede llegar hasta ser insoportable en algún punto, pero nunca es malintencionada. Lorena hace todo eso porque lo ama y quiere mostrarse como es verdaderamente. Lorena quiere ser natural y sacar afuera todos sus sentimientos y pensamientos. Lorena.
Y no soy perfecta, en parte soy como Lorena. Y admito ser celosa al extremo, enojona, caprichosa, histérica y maníatica. Admito las pendejadas. Admito equivocarme cuando no te digo que me pasa y me preguntas. Admito enojarme por verte poco tiempo. Admito todos mis errores, pero son rasgos de mi personalidad, es mi forma de ser con vos, es como me sale ser, es mi naturaleza, son mis ganas de ser auténtica con vos, ser libre con vos. Me cuesta no verte a veces, aunque siempre logre verte. Me cuesta darte libertades y que salgas con amigos sin que los celos me maten. Pero soy así, ¿defectuosa? quisás, pero nadie es perfecto. Soy así, de mil maneras, con mil imperfecciónes y mambos y locuras, pero con unas ganas inmensas de amarte, de sentirme amada por vos, de pertenecer a tu vida, de que pertenezcas a la mia, de sentirte y poder verte felíz gracias a mi y visceversa. Soy imperfecta, pero tu amor me da fuerza, me hace sonreír, me pone celosa, me hace cosquillas, me ayuda, me hace crecer, me enseña, me hace vivir.