
Poco menos de las cinco de la mañana y estoy sentada en la cocina escuchando la lluvia, tomando capuccino y haciendo zapping. Paso los canales y veo esa cara inconfundible en uno de ellos. Vestido con calzas a rombos negros y blancos y con una chaqueta militar que luce dos medallas en la pechera, nadando en un mar de gente festejando en una fiesta de disfraces, luciendo ese bigote que lo distingue, cantando 'Living on my own' con esa voz que lo convirtió en el Rey y la Reina a la vez. Un primer plano de su cara en blanco y negro y me dejo llevar por el impulso de mirarlo con emoción justo a los ojos y vuela mi imaginación y me vende la idea de que Él me devuelve la mirada y lloro, lloro con su música mazclada con el ruido del agua cuando choca con el piso y tomo otra vez la taza y bebo un sorbo de la infusión y recuerdo que antes de someterme a esa sensación sin nombre que me produce verlo, había dejado la taza por el exceso de azúcar, no me importa, de todos modos era para darle un toque teatral al momento. Lo único que siento es su voz y tengo su mirada en la pupila y en mi cabeza una sola idea en la que creo profundamente. Él sigue vivo después de la muerte, mientras su música siga sonando el no muere y eso me consuela, porque cuando siento que todo se vino abajo no hay mejor mano que me levante que la de Él cantandome todas sus canciónes y demostrandome que son una buena razón para vivir. Su música me llena y hace que cada tristeza sea llevadera y hermosa. Nada, no hay nada como tomar capuccino una madrugada de lluvia, desparramando mil y una lágrimas con Él y su banda consolandome.
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